La historia familiar de Chamorro está trufada de deporte y bicicletas en blanco y negro, en sepia y en color. «En casa siempre han gustado. En plena posguerra, cuando mi abuela y mi abuelo estaban conociéndose, ella, que era de familia acomodada, le regaló una bici a mi abuelo para que pudiera ir a verla a Vilariño. Todo fue a escondidas, nadie lo sabía, y los hijos no se enteraron hasta treinta años después», desvela.
Para el pequeño José Luis la bicicleta era su medio de transporte y su entretenimiento. «A veces le echaba carreritas al tranvía que iba de Baiona a Vigo. El conductor me tiraba arena porque yo iba más rápido y para que apartase», dice de los años de juventud. Fue creciendo, se adentró en el mundo del fútbol, pero lo del balompié no le convencía, mientras su amor por la bici estaba intacto. «Dejé la pelota a los veintipocos y me incliné por la bicicleta». Siendo un chaval recuerda las rutas que hacía junto a un veterano y legendario Delio Rodríguez y un grupo de amigos hasta Santa María de Oia y la colección de libros de historia «que me habían regalado con las hazañas de Delio. Todo eso era una maravilla».
Pero lo que siempre fue un hobby comenzó a volverse más serio hace más de dos décadas. «Había una jornada de la familia en Torreciudad, en Huesca, y se propuso ir allí en tren. Yo dije: ‘Yo solo voy en bicicleta’». Y lo hizo. Junto a un grupo de amigos se recorrió los 1.200 kilómetros hasta Aragón dando pedal y ahí arrancó la que considera su «gran locura». «Montamos un club con escuelas que fue incorporando máster, ciclocrós, BTT y llegamos a juveniles. Entonces me di cuenta de que esos chavales luego no tenían donde correr». Así que en su cabeza comenzó a germinar lo que acabaría siendo el actual Rías Baixas.
«Por aquel entonces ?hace seis años? tenía a Ramón Troncoso como director del equipo máster y le dije: ‘Ramón, ¿qué te parecería si monto un equipo élite?’, y me contestó: ‘Que estás loco’». La respuesta que esperaba. El siguiente paso fue plantear la idea a Modesto Pérez, que llevaba toda la vida en el mundillo, y echar cuentas. «Me dijo: ‘Como tú ya tienes coche y director deportivo, con 90.000 euros arrancas’. Yo puse 60.000 y fui pidiendo a mis amigos 4.000, 5.000 euros, hasta que junté el dinero».El proyecto, que surgió con unos garabatos a lápiz en un folio en blanco, es hoy por hoy uno de los clubes amateurs más respetados de España y aspira a dar el gran paso. Porque el sueño de convertir el Rías Baixas en profesional está más vigente que nunca. «Es que Galicia necesita un equipo profesional», proclama sin titubeos Chamorro al tiempo que admite que el actual club «puede que haya crecido ya demasiado, a veces nos vemos desbordados y la pena que tenemos es que no contamos con ayudas públicas».
El apoyo de la familia
El Rías Baixas es Chamorro, y Chamorro es el Rías Baixas. Pero también su familia, que nunca le ha reprochado ni las horas ni el dinero que lleva invertidos en el club. «¡Es que he tenido la suerte de haberme casado con una santa! Mi mujer, Ángeles, se ha puesto a los fogones mil veces haciendo tortillas y preparando avituallamientos. Ha aguantado en casa a tres o cuatro corredores, como si fuera un hotel, y siempre me ha apoyado. Lo mismo que mi hijo Gerardo, que siempre se ha responsabilizado de la parte burocrática, incluso cuando estaba con sus estudios de Ingeniería. A veces me arrepiento porque creo que le cargué demasiado, pero lo cierto es que él todavía le quiere al equipo más que yo». Que ya es decir. Porque Chamorro, un hombre involucrado desde siempre en las labores sociales, tiene en la bici su ojito derecho. La afición que comenzó con una Orbea verde y que dio lugar al Rías Baixas.